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EL CHULLA QUITEÑO SAZONA CON SU INGENIO LA RUTINA

Todos en Quito conocen o han conocido por lo menos a un Chulla Quiteño. Para unos es sinónimo de sal quiteña, para algunas mujeres, un galán de “cuidado”.

Aunque se crea que el personaje que caracteriza a la ciudad ha desaparecido, en realidad aun existe. El crecimiento de Quito solo hizo que se traslade a otros sectores. Para Alfonso Espinosa, conocedor de Quito y los quiteños,  el Chulla existe y existirá siempre para recordarle a la capital y al Ecuador, quién es.

El Chulla es un «tipo querendón”, como Espinosa lo describe. “A él le podía faltar, pero no a sus amigos. Siempre invitaba a las cervezas y ponía la cuota para el bautizo del guagua”. Menciona que también era el tipo que conocía a todos, estaba en todas las reuniones, era el punto de cohesión social, el amigo del chulla siempre conocía más amigos.

En 1930 el Chulla vivió en un Quito habitado por 107,192, habitantes según el INEC, y su realidad giraba alrededor de la Plaza de San Francisco, la Plaza Grande y la Plaza del Teatro. Con el transcurrir de los años, la llegada de los chagras y la migración de los habitantes del sur hacia el Centro Histórico provocó que la gente adinerada o en busca de estatus se desplazara cada vez más hacia el norte, pues se creía y se cree que éste sector lo da. De esta manera la ciudad se dividió en dos, Sur y Norte como lo demuestra la película ecuatoriana A TUS ESPALDAS de Tito Jara.

“Quito no es heredera de majestuosidades imperiales, sino que es la unión de varios pueblos que por la expansión fueron uniéndose. Por eso hay varios nortes, por ejemplo el Quito Tenis no es Carapungo y lo mismo sucede en el sur” expresa Espinosa.

La vida de los Chullas que vivieron en la pequeña ciudad que ha quedado en el recuerdo, transcurrió en torno  a la plaza del Teatro, cantinas y billares, donde se pasaban de 6 de la tarde a 12 de la noche, allí giraba su vida social.

Donde socializaban los quiteños se hacía música, teatro, poesía, se tocaba la guitarra, se planeaban las picardías, las bromas más pesadas y las burlas para los chagras. Estas costumbres han sido reemplazadas por salidas a tomar un trago o ir de farra, los lugares que ahora se frecuentan son bares en la Mariscal u otros sectores, y los centros comerciales, donde se pueden encontrar quiteñas todo el tiempo.

Para Fernando Jurado, autor del Chulla Quiteño, libro publicado por Arte y Gráfica Asociados en mayo de 1991,  existieron varios tipos de Chulla. El músico, que contaba con un espíritu bohemio;  el presidente, en cuyo grupo entran Federico Páez, Alberto Enríquez y Galo Plaza; el futre, que era el primero en colgar los guantes para ingresar a la universidad y formar una familia; el intelectual, entre los que constan varios poetas o escritores, que fueron chullas antes que ser lo que determinaba su oficio. En éste grupo se destacó también el Chulla Romero y Flores de Jorge Icaza,  que describe al Chulla de los 14 oficios y las 80 necesidades.

Icaza describe al burócrata ecuatoriano de clase media baja, despreciado por la clase alta, como un Chulla cualquiera según sus palabras. Se caracterizaba por ser tramposo y tenía actitudes estoicas. Menciona en su libro a chullas que no habían comido tres días, pero su ánimo se mantenía igual. Solían ser burócratas de menor grado, mensajeros de juzgados o mecanógrafos de ministerios.

Para Marco Chiriboga, nombrado auténtico Chulla Quiteño por el Municipio en el 2006, la publicación de Icaza, sin embargo es una muestra de resentimiento y una burla, porque no existe un solo tipo de Chulla, “los chullas eran hombres preparados, eran músicos, escritores o poetas, eran ingeniosos no como lo califica la concepción errada actual”.

Para ser un digno Chulla, el quiteño tenía que tener una preparación a lo largo de su vida. Primero se era guagua, segundo chuzo (chiquito), tercero era guambra, cuarto estaba maltoncito, quinto era chullita, en la última fase empezaba a hacerse notar por su ingenio y picardía. Finalmente para ser Chulla tenía que suceder un milagro. El duende de la alegría, el chiste y el espíritu del buen humor, tenía que entrar al alma del chulla y formar parte de él, tenía que suceder un proceso complejo, indescriptible, así lo recuerda Chiriboga, el Chaza como lo apodaron sus amigos.

Y no solo los nacidos en Quito podían ser chullas. Los  extraños, los hijos putativos, adoptados, de Quito también podían convertirse en uno de ellos. Es el caso de Ernesto Albán Mosquera, Don Evaristo , que a pesar de ser ambateño de nacimiento fue un verdadero chulla, así lo considera Marco Chiriboga. “Evaristo Corral y Chancleta era poseedor de ese ingenio para sazonar los ambientes con su característica sal y un artista en todo el sentido de la palabra”, recuerda.

Además de ser un creador de chistes innato, un artista del humor, y poseedor de una agilidad mental impresionante para resolver problemas con su habilidad, el chulla era un galán sin lugar a dudas. En la esquina de la avenida Guayaquil y Esmeraldas, en la antigua Botica Pichincha se reunían los mejores piropeadores del Quito de antaño, recuerda el Chaza. “Un piropo que le dijeron una vez a una chica de la costa fue, monita linda diosito la ha enviado bien yapadita”.

Los que aun se reúnen en la Plaza Grande, nostálgicos la recuerdan más bonita. En 1930, el parque delimitado por el Palacio Arzobispal,  Carondelet y la Catedral, estaba rodeado de rejas que eran cerradas a las 20:00, ahora ya no las tiene, para Rigoberto Castro y Hugo Paz Tamayo, dos chullitas reunidos en la plaza, esa es la razón de su deterioro. “En la tarde vienen vendedores y todo se llena de basura, y cuando hay manifestaciones los primeros en instalarse son los puestos de comida, papas con cuero, chochos, de todo, aprovechando que los municipales no les controlan, luego cuando todo se acaba la gente se va sin recoger sus desperdicios” mencionan.

La nostalgia causada por los recuerdos no borra la sonrisa ni opaca la chispa de sal en los Chullas. A pesar de que la plaza ya no sea la misma de antes, aun conserva su esencia y los sábados se convierte en unos de los escenarios de las Noches Patrimoniales de Quito que acoge a propios y extraños.

Para muchos el Chulla Quiteño aun vive, solo ha cambiado, ya no está en el centro, está en todo Quito, ha evolucionado, ahora usa otras palabras como ‘loco’ o ‘huevón’, se peina y se viste diferente, usa pantalón jean, ya no terno, usa gorra en lugar de sombrero y zapatos deportivos o casuales en lugar de charolados como su antepasado.

“El título de chulla quiteño se lo gana en la arena del ingenio“

Quito es el amor más grande de Humberto Jácome Harb.

“Para ser chulla hay que tener una sutileza, una agilidad mental, y una serie de condiciones que no cualquiera tiene.

El chulla no era un contador de cachos, era un creador de chistes. “El título se lo gana con esa chispa de sal quiteña, el ingenio, y la habilidad para contar buenos chistes. El título de chulla se lo da la gente ,él jamás dice que lo es, porque es sencillo.  Un título en un cuadro que diga que es chulla quiteño, no lo hace, eso es una barbaridad, uno no se inscribe para ser chulla“.

A más de esto era un conquistador innato sin lugar a dudas. Las chiquillas los inspiraban para decir piropos improvisados, el chulla jamás se aprendió un piropo de memoria.

Humberto Jácome es un buen contador de chistes, en su juventud fue un galán, intercambió cuatro veces anillos, es pianista y ama a Quito por sobre todas las cosas. A pesar de poseer todas las características de un chulla y haber sido nombrado auténtico chulla quiteño por el Municipio en el 2008 no se considera uno. Quito es de los grandes amores de su vida “por no decir el más grande“.

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El auténtico Chulla Quiteño

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El chulla, hombre de la clase media, tenía un alma mestizada en la sangre, el comportamiento y las ideas y evolucionada además, por otro medio geográfico y por otros tiempos históricos. Decidió entonces reirse de ciertos procesos caballerescos y mantener otros, sometiéndose en unos a la vieja ley y condenándola en otros casos.

Rompió la ley ibérica, y empezó por sonreírse de si mismo, y por no tener miedo a la crítica de nadie, no buscó gloria, fama ni poder, ni empleos, ni dignidades, y tan en serio fue esto, que cuando los consiguió dejó de ser chulla.

Hasta muy entrado el siglo, y con razón el quiteño solía decir:

“Nuestros defectos los debemos a España, y nuestras virtudes a nosotros mismos“

Evidenciando que tenia muy claro la herencia española y negando lo importante que también tenía aquella -negación que persiste, por haberse negado el valor de la madre indígena- y dándose a si mismo, un nuevo valor, que ne definitiva, era el auto reconocimiento a una nueva manera de ver el mundo, muy diferente a como la vieron sus abuelos chapetones.

Buscó y practicó el desinterés, tuvo miedo al desprecio y cuando esto sucedía, inventaba el chiste como dardo vengador; creyó que la elegancia y el buen porte, debían ser practicados, por estética y por conveniencia, burlarse del provinciano, del chagra, por considerarle rústico o grosero – aunque claro en realidad, nada tenía de cierto – encontró en el un hazme reír permanente, rompió el mito del duelo caballeresco y buscó la trompizas a puñete limpio, tomando el elemento villano de su estirpe ibérica y mestiza.

E hizo totalmente al revés del caballero ibérico: no llamó villano, bajo, abyecto, avaro y abatido al de origen humilde, dio la vuelta a la tortilla yllamó así al tonto, al aristócrata presumido, al político lamedor y arrastrado y encontró en los otros elemento para depositar su magia, su chiste, su veneno y su ironía, pues de todo estaba compuesto el espíritu quiteño.